Por: Ana María Heredia
Houston, Texas
Houston, Texas
Era una de esas tardes en las que concentración sencillamente no daba
estacionar el auto no fue una buena idea, ya que a cinco minutos de llegar a mi destino provoqué un accidente de tránsito.
Recuerdo muy bien que ese 9 de octubre del 2006 me encontraba agotada mental y físicamente, por lo cual no debí haber manejado, ya que hacía una semana mi jefa había renunciado a su posición como editora de la sección de espectáculos del periódico en el que trabajábamos, por lo que a mi compañera y a mí se nos vino una montaña de trabajo encima.
Debido a las nuevas presiones en mi trabajo, donde el doble de las notas periodísticas tenían que estar listas para determinada hora, eso sin contar las veces que salía durante el día a realizar entrevistas, ese día mi mente estaba literalmente en el “limbo”.
Esa tarde de octubre salía a entrevistar a la dueña de un famoso restaurante hispano, ubicado en el centro de Houston. En mi mente está la sensación de ir manejando mi Toyota Corolla del 98 como un robot, casi sin la percepción de tiempo ni espacio, todo debido al cansancio y al estrés.
Un minuto antes de cruzar la calle Crawford, como a seis calles del Centro de Convenciones George R. Brown vi el nombre de dicha calle más no el semáforo en rojo que quiso advertirme sobre la “jauría” de autos que venían por mi lado derecho y que en cuestión de segundos sonaron sus bocinas para sacarme de mi trance y alertarme de su presencia.
Cerré los ojos, aceleré, sentí un golpe, di dos vueltas en trompo y oí el estruendo más grande que jamás había oído. La parte trasera de mi auto estaba destrozada, el vidrio y la cajuela llegaban casi hasta el puesto del conductor, pero como un milagro divino el Lexus al que choqué y que estaba estacionado, sólo se le rompió la bombilla trasera.
Abrí los ojos y me percaté de que ahora estaba en dirección contraria de la que venía; así mismo, abrí la puerta y frente a mí vi tres vehículos que tuvieron que parar debido a mi descuido. Uno de ellos era un Volkswagen Jetta el que le dio el primer golpe a mi carro. Me bajé y empecé a gritar si todos estaban bien, di gracias a Dios desde el fondo de mi alma de que así era, acto seguido rompí en llanto como una niña pequeña. Fue entonces cuando la conductora del Jetta, a quien el “air bag” le hirió la mano debido al impacto, pasó de insultarme a abrazarme diciendo que todo estaba bien. Luego llegaron dos autos de policía, una ambulancia y dos grúas, si mal no recuerdo.
Gracias a Dios “de rodillas” como diría mi mamá, que en medio de todo, esta historia tuvo un final feliz, ya que nadie resultó herido y además porque jamás se me va a olvidar que debo tener los cinco sentidos puestos desde el momento que prendo mi vehículo para salir a recorrer las calles y las autopistas de esta hermosa ciudad.
Recuerdo muy bien que ese 9 de octubre del 2006 me encontraba agotada mental y físicamente, por lo cual no debí haber manejado, ya que hacía una semana mi jefa había renunciado a su posición como editora de la sección de espectáculos del periódico en el que trabajábamos, por lo que a mi compañera y a mí se nos vino una montaña de trabajo encima.
Debido a las nuevas presiones en mi trabajo, donde el doble de las notas periodísticas tenían que estar listas para determinada hora, eso sin contar las veces que salía durante el día a realizar entrevistas, ese día mi mente estaba literalmente en el “limbo”.
Esa tarde de octubre salía a entrevistar a la dueña de un famoso restaurante hispano, ubicado en el centro de Houston. En mi mente está la sensación de ir manejando mi Toyota Corolla del 98 como un robot, casi sin la percepción de tiempo ni espacio, todo debido al cansancio y al estrés.
Un minuto antes de cruzar la calle Crawford, como a seis calles del Centro de Convenciones George R. Brown vi el nombre de dicha calle más no el semáforo en rojo que quiso advertirme sobre la “jauría” de autos que venían por mi lado derecho y que en cuestión de segundos sonaron sus bocinas para sacarme de mi trance y alertarme de su presencia.
Cerré los ojos, aceleré, sentí un golpe, di dos vueltas en trompo y oí el estruendo más grande que jamás había oído. La parte trasera de mi auto estaba destrozada, el vidrio y la cajuela llegaban casi hasta el puesto del conductor, pero como un milagro divino el Lexus al que choqué y que estaba estacionado, sólo se le rompió la bombilla trasera.
Abrí los ojos y me percaté de que ahora estaba en dirección contraria de la que venía; así mismo, abrí la puerta y frente a mí vi tres vehículos que tuvieron que parar debido a mi descuido. Uno de ellos era un Volkswagen Jetta el que le dio el primer golpe a mi carro. Me bajé y empecé a gritar si todos estaban bien, di gracias a Dios desde el fondo de mi alma de que así era, acto seguido rompí en llanto como una niña pequeña. Fue entonces cuando la conductora del Jetta, a quien el “air bag” le hirió la mano debido al impacto, pasó de insultarme a abrazarme diciendo que todo estaba bien. Luego llegaron dos autos de policía, una ambulancia y dos grúas, si mal no recuerdo.
Gracias a Dios “de rodillas” como diría mi mamá, que en medio de todo, esta historia tuvo un final feliz, ya que nadie resultó herido y además porque jamás se me va a olvidar que debo tener los cinco sentidos puestos desde el momento que prendo mi vehículo para salir a recorrer las calles y las autopistas de esta hermosa ciudad.
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